Una vez la vida hubo comenzado, una cosa está clara: a la
vida le gustaba tanto estar viva que, desde su inicio en forma de estallido,
nunca, ni por un instante, ha dejado de existir. A lo largo de los miles de
millones de años que han transcurrido desde que surgieron las primeras células
–burbújas mofletudas que encerraban el código para hacer brotar nuevas
burbujas-, la vida ha continuado. El código de la vida, el texto escrito con
las frases nucleicas de ADN y ARN, es un código universal. Cada criatura viva
posee un trozo de ese código. Cada virus parasitario, peligroso o
propagandístico posee un trozo de este código.
No existe otro modo de decir que
estamos vivos que no sea a través de los fonemas de los ácidos nucleicos. Si la
vida hubiera surgido más de una vez, si sus orígenes fueran polifiléticos en
lugar de monofiléticos, observaríamos una gran diversidad de códigos, una
selección de instrucciones bioquímicas para el crecimiento y el mantenimiento.
Y, sin embargo, no es así. Si observamos las células de criaturas que viven en
los fondos oceánicos, a 2.400 metros de profundidad, y que disfrutan de las
columnas de ebullición que borbotean en las fumarolas higrotermales, vemos ADN.
Si fisgoneamos en el interior de las bacterias atrapadas en el hielo polar
desde hace más de un millón de años, vemos ADN. Las especies surgen y se
multiplican, se diversifican y mueren, pero el ADN sobrevive.
La línea temporal de la vida está segmentada debido a
grandes extinciones masivas y a pequeñas extinciones masivas; en la peor de las
desapariciones, se arrancaron de la tierra enormes mechones filéticos de un
tirón, de manera que la proporción de derrotados frente a parásitos era abrumadora.
No importa, el ADN siguió repitiéndose, por arriba, por abajo, dando volteretas,
en algún sitio, en alguna célula, leyéndose para atrás, sin secarse nunca.
Existe un formidable hilo de vida que data de cuando
surgieron las primeras células y que continuará cuando todos nosotros hayamos
muerto como seres individuales. Se trata de vida continua, división celular
continua, y todos nosotros somos una extensión de esa continuidad. La
reencarnación y otros temas similares son representaciones poéticas de la
realidad biológica.
Si queremos vernos tal y como somos realmente, o tal como
eran nuestros ancestros, o tal y como serán nuestros descendientes, olvidémonos
del espejo. Abramos una célula y echemos un vistazo en su interior.
1 comentario:
Sí, en ese sentido, todos somos lo mismo e interminable. Sólo una pequeñita parte del todo.
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