domingo, 2 de abril de 2017

El exasperado personaje "Don Quijote de la Mancha"

Se abre la puerta de par en par y entra, fatigado un hombre famélico, alto, delgado hasta los huesos, con una lanza y un yelmo, además de harapos que cubrían ese desvencijado cuerpo, y se aproxima a la barra pidiendo auxilio, agua y un escondite, a ser posible en ese orden.
Atraviesa el local chocando su lanza contra las farolas que cubren el techo. Le indico dónde está el baño, único sitio que puede considerarse algo parecido a un escondite y en el instante que desaparece por detrás de las cortinas, atisbo en la puerta un conjunto de japoneses haciendo fotos a diestro y siniestro. Otean por detrás del cristal del escaparate escrutando el interior, como cazadores en busca de una presa. No entran, pero no se marchan. 
Asoma la cabeza por detrás de la cortina el individuo quijotesco y vuelve a exigir mi atención. Tiene cierta ansiedad por compartir algo, está inquieto, le preocupan muchas cosas, pero no encuentro el momento de atenderlo. 

Cuando por fin encuentro el momento, comienzan las quejas.
- ¡Estoy harto!¡No puedo más!¡Esta vida no es para mi! y no quiero quejarme, tengo trabajo y cobro cada mes, pero no soporto esta maldita tradición. Mi padre, el padre de mi padre, el padre del padre de mi padre y así hasta 1665, desde que al dichoso Cervantes se le ocurrió que tenía que escribir ese esperpento ¡No puedo más!.... ¡Para colmo lo de los japoneses! ¡No dejan de seguirme! ¡De fotografiarme! ¡De increparme con preguntas incómodas!, mi escudero fiel no lo soportó, y mi Dulcinea me mandó hace años con viento fresco, no podíamos ni tomar una cerveza juntos sin estar rodeados de los Japos. ¡Que ni le escribiera Whatssaps! me dijo. En fin, necesito un respiro, un refugio ¡Ni vacaciones tengo! soy esclavo de un destino que ya pasó. ¡No puedo más! ¡No puedo más!
- ¿Ha pensado alguna vez alternativas?
-¡Hasta en el suicidio he pensado!

Y de repente se puso a llorar tan desconsoladamente que lo único que se me ocurrió fue prestarle uno de los trajes de Senegal que tenemos en el local, para que saliera, al menos, disfrazado de otra cosa, como si fuese "otro", "distinto" del que entró, incluso diferente a como se sentía al entrar.
Aceptó, tras pedirme encarecidamente que guardase todos sus atributos anteriores para recogerlos en cualquier otro momento; y pasó entre todos esos turistas japoneses bailando como si fuese africano y rodeado de flashes.