Antes de que se me olvide quiero
daros las gracias, a todos, por haber estado ahí,
por la improvisación vivida estos días, por la espontaneidad y la esencia. Ha
sido realmente maravilloso, sobre todo, el tiempo extra…ha sido vivir el
capítulo de una novela.
Esa luz que hay en tu casa es
especial, sobre todo en un día nublado, donde a ratos, luce el sol. Las vistas
desde tu balcón son como transportarte a una buhardilla de París, además de los
cruasanes, la mejor de las compañías, la confianza eterna tras dos años sin
vernos, la bronca que un amigo debe darle a otro para que espabile y el tiempo
que corre siempre en nuestra contra. ¡Menos mal que pudiste escaparte un ratito
también por la tarde! Siempre es un placer compartir un café contigo…además me
sentí como una princesa y hasta la foto que me hiciste me gustó.
Camino del museo tuve que entrar
en una tienda para calentarme los pies, porque de tu casa al centro me quedé
helada, el viento de la sierra entró en mí hasta calarme los huesos y sentí
como en esa tienda, buscando un libro para mi peque, notaba los síntomas del
descongelamiento, aunque ahora vuelvo a tener los pies helados. Sin encontrar
lo que buscaba, no paraba de pensar en ti; quería avisarte de que estaba por
allí, por si podíamos vernos de nuevo antes de que me marchara, pero solo te
conozco de un intenso día y de verdad que pensé que no ibas a acceder a robarle
un rato a tu rutina para compartirlo conmigo.
Así que desvié mi trayectoria y
pasé de largo por la puerta del museo, preferí pasear, terminar las compras y
hacer tiempo hasta que llegara la hora para encontrarme con mi pequeña gran
amiga. El reproche continuo que terminaré por aceptar y asumir porque forma
parte de mi naturaleza, es que no doy nunca toda la información, que todo
conmigo es un misterio, pequeño y cotidiano, pero misterio al fin y al cabo, aunque en los momentos de plenitud, todo fluye y así nos aceptamos los tres en
ese bar taurino donde nos pusimos al día y compartimos algunas risas y abrazos.
Entonces decidiste acompañarme
hasta Atocha donde había sido citada con mi nuevo familiar descubierto,
reencontrado afortunadamente y que me hace sentir parte de algo extraordinario
siempre, siempre. ¡Qué guapo estabas!, tan joven, tan limpio, recién afeitado y
sorprendido al ver que te llevaba justo al lado de casa. Accediste a la
ambigüedad que me acompañaba y de sobra estuvimos a la altura. Scott Fitzgerald nos ha acompañado desde ese mismo instante, con sus aventuras, sus caprichos, sus
excesos y el Champagne, ¡que no falte el champagne!
Comimos con vino de nuestra
tierra, alargamos la sobremesa hasta que ya no entraba luz por las ventanas,
disfrutamos de la copa en esos vasos torcidos, tan originales como el día, tan
en su justa medida, dejándonos con ganas de un poquito más, pero teníamos
planes y nuestro estado comenzaba a ser mágico, como mágico estaba Madrid esos
días.
¿Cuánto tiempo hacía que no
compartíamos las carreras, la prisa por hacerlo todo, el sudor y el riesgo en
un robo o un atraco? No importa el tiempo, lo importante es que lo volvimos a
hacer; se nos pasó la conferencia de Jazz, sí, pero llegamos a tiempo al cine,
en la filmoteca proyectaban “El último tango en París”, y con las entradas en
la mano entramos a tomar un vino en un local donde te encontré, no había querido llamarte esa
mañana, pero el fluir nos acercó, hizo que nos encontráramos y me sorprendió
que quisieras pasar un rato con nosotros cuando terminaras de trabajar.
Nosotros nos fuimos al cine, pero nos separaron, llegamos tarde y fue imposible
sentarnos juntos y compartir el champagne robado, después de que lo habíamos puesto a
enfriar.
La película ha envejecido bien,
disfrutamos del lugar, del local, de la trama y de lo que nos esperaba a la
salida, por fin un ratito juntos, otra vez los tres, otra vez la luz, esta vez
la de la luna, otra vez el frío que nos llevó a tu casa y allí finalmente
pudimos brindar con las copas llenas de Moet chandón etiqueta azul, no quería
despertarme, por eso te agradezco que me dejaras dormir en tu casa, aunque por
la mañana el hechizo se hubiera desvanecido, yo no pudiera retrasar más mi
partida y tu no pudieras acompañarme. Se acabaron las burbujas.
Estoy contenta y muy agradecida,
se que nos volveremos a encontrar, pero lo mejor es que se que te va a ir muy
bien, mejor que bien, porque no solo vives lo que lees, no solo experimentas
con la vida, no solo vives lo que deseas, sino que haces partícipe a la gente
que te rodea y yo me siento muy afortunada por haber podido participar este
trocito de tu novela. Hasta pronto.