lunes, 17 de marzo de 2014

De repente...un día...


Ya son dos años en una búsqueda continua de ganarme la vida haciendo malabares, y lo cierto es que el tiempo pasa rápido y de repente tus pequeños ya no lo son tanto y entonces ves la fugacidad de todo y te planteas dónde quieres estar realmente.

Y lo que tu corazón te dicta, a todo tu entorno le parece una locura.

Pero locura o no, las cosas hay que intentarlas.

Hace dos años, iba a ir a Morelia a trabajar en una Universidad, pero no salió. Este año, he enviado solicitudes a Marruecos, Francia y Gran Bretaña, sin resultado. Solicité el ingreso en las listas de profesores sustitutos en la Universidad de Murcia, sin respuesta. Y una beca para trabajar e investigar en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía.

Además de buscar otros trabajos y encontrar la salvación en el campo, en una viña que terminamos de podar hace dos días. Así que de nuevo, sin ingresos y con los mismos gastos.

Hoy, un amigo me ha enviado un enlace y he enviado mi curriculum a un Liceo en Ecuador y ésta tarde mismo me han contestado diciendo que les gustaría hacerme una entrevista, es la segunda buena noticia de hoy, la primera es que me han admitido en un curso de Horticultura Ecológica que empiezo la semana próxima.

Y mientras escribo esto, me ha llamado una amiga para que me reenganche en otra viña, así que de repente...un día...parece que hay esperanzas, o señales, que de nuevo el campo te ofrece la posibilidad de curarte y que quizás el destino te esté diciendo que es hora de cumplir tu sueño, aunque a todo tu entorno le parezca una locura.

sábado, 8 de marzo de 2014

El impuesto del rostro


Hace unos cuantos años las autoridades decretaron que todas las personas feas deberían llevar unas máscaras para salir a la calle y deambular por los lugares públicos. Como nadie deseaba confesarse poco agraciado, casi todo el mundo siguió viviendo con la cara al descubierto, y el Estado se vio obligado a nombrar unos inspectores que perseguían a los infractores y les imponían pesadas multas. Muy pronto la venta de las capuchas (no se distribuían gratis) conoció un auge prodigioso y la mitad de la población comenzó a vivir enmascarada durante el día. Poco después otra ley acudió a reforzar la primera: los feos no solo tenían que cubrirse al salir de su casa sino que debían seguir cubiertos en sus lugares de trabajo a fin de no infligir a sus compañeros con su desgracia. Entonces la fabricación se diversificó, salieron al mercado capuchas de todas las clases, de todas las calidades, de todos los precios y algunos, por coquetería, llegaban a cambiársela varias veces al día. Finalmente, éste verano una tercera ley ha venido a agravar la situación: ahora deben llevar máscara todos aquellos a quienes la enfermedad, el cansancio o las contrariedades alertan la fisionomía y les hace poner mala cara. La ley, sin embargo, es oscura en un punto, no dice a partir de que grado de alteración de la piel se debe ocultar la cara. En cierto modo, deja al individuo dueño de su decisión: cada uno de nosotros debe decidir cada mañana delante del espejo si está suficientemente guapo y preparado para salir con la cara al aire. Ay del despistado, pues los ciudadanos no saben determinar exactamente la calidad de su cara, el Estado lo sabe con un saber infalible y sus funcionarios hacen pagar muy caras las exhibiciones injustificadas: multas al principio, prisión después y para los reincidentes, incisión con navaja en las mejillas, la boca, la nariz, los ojos. Hasta el punto de que, pese al calor y a la incomodidad de las cogullas, casi todos vivimos disfrazados. Una pléyade de espías y de confidentes, también enmascarados, se ha infiltrado entre nosotros.
Parece además que hay otros decretos en preparación; en fecha próxima se hará obligatorio el uso de la cogulla durante todo el día, se realizarán contoles inesperados a cualquier hora del día y de la noche, se murmura incluso que el Estado también quiere modificar la silueta de los ciudadanos y que se elaborarán unas capuchas que ocultarán sus cuerpos.