jueves, 17 de enero de 2013

(V)ivir una novela.



Antes de que se me olvide quiero daros las gracias, a todos, por haber estado ahí, por la improvisación vivida estos días, por la espontaneidad y la esencia. Ha sido realmente maravilloso, sobre todo, el tiempo extra…ha sido vivir el capítulo de una novela.

Esa luz que hay en tu casa es especial, sobre todo en un día nublado, donde a ratos, luce el sol. Las vistas desde tu balcón son como transportarte a una buhardilla de París, además de los cruasanes, la mejor de las compañías, la confianza eterna tras dos años sin vernos, la bronca que un amigo debe darle a otro para que espabile y el tiempo que corre siempre en nuestra contra. ¡Menos mal que pudiste escaparte un ratito también por la tarde! Siempre es un placer compartir un café contigo…además me sentí como una princesa y hasta la foto que me hiciste me gustó.

Camino del museo tuve que entrar en una tienda para calentarme los pies, porque de tu casa al centro me quedé helada, el viento de la sierra entró en mí hasta calarme los huesos y sentí como en esa tienda, buscando un libro para mi peque, notaba los síntomas del descongelamiento, aunque ahora vuelvo a tener los pies helados. Sin encontrar lo que buscaba, no paraba de pensar en ti; quería avisarte de que estaba por allí, por si podíamos vernos de nuevo antes de que me marchara, pero solo te conozco de un intenso día y de verdad que pensé que no ibas a acceder a robarle un rato a tu rutina para compartirlo conmigo.

Así que desvié mi trayectoria y pasé de largo por la puerta del museo, preferí pasear, terminar las compras y hacer tiempo hasta que llegara la hora para encontrarme con mi pequeña gran amiga. El reproche continuo que terminaré por aceptar y asumir porque forma parte de mi naturaleza, es que no doy nunca toda la información, que todo conmigo es un misterio, pequeño y cotidiano, pero misterio al fin y al cabo, aunque en los momentos de plenitud, todo fluye y así nos aceptamos los tres en ese bar taurino donde nos pusimos al día y compartimos algunas risas y abrazos.

Entonces decidiste acompañarme hasta Atocha donde había sido citada con mi nuevo familiar descubierto, reencontrado afortunadamente y que me hace sentir parte de algo extraordinario siempre, siempre. ¡Qué guapo estabas!, tan joven, tan limpio, recién afeitado y sorprendido al ver que te llevaba justo al lado de casa. Accediste a la ambigüedad que me acompañaba y de sobra estuvimos a la altura. Scott Fitzgerald nos ha acompañado desde ese mismo instante, con sus aventuras, sus caprichos, sus excesos y el Champagne, ¡que no falte el champagne!

Comimos con vino de nuestra tierra, alargamos la sobremesa hasta que ya no entraba luz por las ventanas, disfrutamos de la copa en esos vasos torcidos, tan originales como el día, tan en su justa medida, dejándonos con ganas de un poquito más, pero teníamos planes y nuestro estado comenzaba a ser mágico, como mágico estaba Madrid esos días.

¿Cuánto tiempo hacía que no compartíamos las carreras, la prisa por hacerlo todo, el sudor y el riesgo en un robo o un atraco? No importa el tiempo, lo importante es que lo volvimos a hacer; se nos pasó la conferencia de Jazz, sí, pero llegamos a tiempo al cine, en la filmoteca proyectaban “El último tango en París”, y con las entradas en la mano entramos a tomar un vino en un local donde te encontré, no había querido llamarte esa mañana, pero el fluir nos acercó, hizo que nos encontráramos y me sorprendió que quisieras pasar un rato con nosotros cuando terminaras de trabajar. Nosotros nos fuimos al cine, pero nos separaron, llegamos tarde y fue imposible sentarnos juntos y compartir el champagne robado, después de que lo habíamos puesto a enfriar.

La película ha envejecido bien, disfrutamos del lugar, del local, de la trama y de lo que nos esperaba a la salida, por fin un ratito juntos, otra vez los tres, otra vez la luz, esta vez la de la luna, otra vez el frío que nos llevó a tu casa y allí finalmente pudimos brindar con las copas llenas de Moet chandón etiqueta azul, no quería despertarme, por eso te agradezco que me dejaras dormir en tu casa, aunque por la mañana el hechizo se hubiera desvanecido, yo no pudiera retrasar más mi partida y tu no pudieras acompañarme. Se acabaron las burbujas.

Estoy contenta y muy agradecida, se que nos volveremos a encontrar, pero lo mejor es que se que te va a ir muy bien, mejor que bien, porque no solo vives lo que lees, no solo experimentas con la vida, no solo vives lo que deseas, sino que haces partícipe a la gente que te rodea y yo me siento muy afortunada por haber podido participar este trocito de tu novela. Hasta pronto.

No hay comentarios: