domingo, 17 de junio de 2012

Babas de caracol


Adelita era la segunda se seis hermanos, Eugenia era la mayor, Adelita, Concha, José, Jesús y Antonio, una familia numerosa, como las de antes, antes. A los nueve años se quedó huérfana y ella y todos sus hermanos tuvieron que irse al pueblo de al lado a unos ocho kilómetros de donde estaban, a casa de una tía suya que ya cuidaba de sus nueve hijos y de otros cinco sobrinos. Teniendo en cuenta que eran veintidós bocas a la mesa a las que tenía que alimentar, todos tenían que poner su granito de arena y Adelita, a sus nueve años se hizo lavandera.
En realidad tuvo suerte porque su hermana mayor se fue a limpiar una casa y enseguida dejaron de verla, su hermana Concha se fue de dependienta a una mercería, José se colocó en el ferrocarril, Jesús tiraba de un carro vendiendo pipas y Antonio, el más pequeño, limpiaba tinajas de vino. En cambio Adelita, que iba a lavar al río, descubrió un paraje donde el agua no le cubría, y una piedra dividía el recorrido del caudal en dos y una parte llevaba sal, dejando en la otra parte agua dulce. Un río de agua salada y un río de agua dulce que solamente ella conocía. Tenia que llevarse una silla, porque sino no podía tender la ropa, de lo chiquitina que era.
Entonces Adelita fue creciendo entre sábanas, mantelerías, vestidos y toallas contándole al río cualquier cosa de interés que le pasara; si llegaba triste porque había discutido con su tía porque quería más leche a sus doce años, se acercaba con su cesto de mimbre repleto de tejidos y se lo contaba al río de agua salada mientras lloraba.
Que se le había puesto el pelo blanco a los dieciocho años  y eso acentuaba su piel morena y sus ojos grandes, pues se acercaba al río de agua dulce y se lo contaba mientras se veía reflejada en él.
Cuando llovía y no podía ir a lavar la ropa, lo que mas le dolía no eran las sábanas sucias, sino que las experiencias de ese día no podía contárselas al río que era quien mejor la conocía.
Algunos días, cuando no sabia realmente cómo se encontraba, elegía una piedra de un poco más arriba, justo antes de que el río abriera sus brazos y allí cantaba mientras lavaba y soñaba mientras cantaba.
Cuando cumplió los diecinueve hubo una fiesta por la primavera a la que la tía los dejó asistir, incluso Eugenia a la que veían de pascua en pascua asistiría al baile. Los veinte hermanastros hermanados en la fiesta, allí los hermanos vigilaban a los pretendientes de las hermanas mientras ellos mismos intentaban robar una mirada a cualquier chica de su edad.
Adelita estaba sola, radiante y sola, y no porque no llamara la atención, sino precisamente por eso, porque asustaba, el pelo blanco que reflejaba la luna, la piel oscura y la independencia que le proporcionaba ese aire de indiferencia hacia los hombres, ¡como si no fuese con ella!
En el fondo ella soñaba con su gitano, al que siempre veía cuando lavaba en el río de agua dulce; tenía su edad y muchos días merodeaba por el bosque con su escopeta y su perro, con la intención de cazar pero sin conseguirlo cada vez que coincidía con ella. Era como si nada se moviera para así permitirles saborear la presencia del otro; ni el viento, ni los animales, ni las hojas de los árboles, ni siquiera el agua.
Esa noche de primavera tenía el deseo de verlo aparecer, que se acercara a ella, que le pidiera un baile, que el roce de su ropa le erizara la piel al notar el calor de la carne tras el tejido… y una brisa nocturna hizo que se le erizara la piel y entonces apareció.
Apareció su gitano, apuesto, repeinado, perfumado y acompañado de su mejor amigo, su perro, que escapó de su lado para llegar a Adelita, a la que sacó de su letargo y provocó un chillido ahogado el ver a su gitano.
De nuevo parecía que todo se detenía y en menos de un minuto habían pasado seis horas y ya era tiempo de recogerse, de despertar de esa primavera, de ese día que ya se desperezaba y los alejaba cada vez más.
Al llegar a casa, Adelita se sentía tan extraña… como si ese no fuese el lugar que hasta ahora había sido, ya no se sentía en su hogar y tuvo la necesidad de ir a contárselo al río, pero ¿a qué lado? ¿a que brazo? ¿a qué río?, por un lado la noticia era triste porque hasta entonces había sido su casa, pero por otro, si ya no lo sentía así era porque había llegado su momento y debía empezar a hacer planes.
Ese mismo día en cuanto amaneció, Adelita fue a contárselo al río y en cuanto se encontró con su gitano ya se sentía en casa, ese mismo día, con el río de testigo comenzaron su andadura juntos, su gitano comenzó a llamarla mariposa y sospechaba que no era una mujer como las demás, sino alguien especial, que no podía estar atada a nada por la fuerza, que sufría para hacerse grande y que tarde o temprano cambiaría, que se transformaría en algo maravilloso que se alejaba de cualquier cosa conocida.
Adelita se reía de todas esas ideas y decía que ella, más que una mariposa, era una oruga. Y su gitano “¡una oruga que se convertirá en mariposa!” Y Adelita “¡un gusano!” y  su gitano “¡baba de caracol que te protege y te salva!” Y entonces ella se quedaba sin palabras y salía a lavar al río.
A los tres años de vivir juntos y bastante enamorados, sin querer y sin saber tuvieron una hija, que nació con una pelusilla en los omoplatos y un color un tanto diferente. La niña era azul y Azul fue como la llamaron, aunque los dos pensaban que en realidad se trataba de un ángel, ninguno se atrevió a decírselo al otro, pero sí se lo contaron al río.
Adelita fue a contárselo al río de agua dulce, pensando que su secreto ocultaba una esperanza y su gitano fue al río de agua salada, porque su sensación era de cobardía por no contárselo directamente a ella.
Desde que Azul llegó a sus vidas, Adelita y su gitano no paraban de ir y venir del río, hasta que un día se encontraron y tuvieron que confesar de forma atropellada y casi coincidiendo palabra por palabra los dos iban dibujando una sonrisa en sus caras hasta que no pudieron reprimir la carcajada.
Volvieron al río, esta vez los tres, Azul, Adelita y su gitano, para confesarse todos sus secretos y descubrir algunas sorpresas que aún no conocían el uno del otro. Adelita confesó que a veces lo desea más de lo que nadie pudiera imaginar y hasta lo busca en sus sueños, y su gitano que hasta que no la conoció, él no supo de la existencia de hadas, que se siente hechizado a su lado y eso lo hace sentirse especialmente afortunado…
Que realmente Azul es el ángel que han creado pero que es mas fuerte y mas sabia que ellos porque ha conseguido hacerlos uno y que sienten esas babas de caracol que les protegen y les salvan pero que también los une y los diferencia haciendo que todo encaje y funcione.
Y los tres se fueron a nadar al río. Aun no han regresado, pero todo el mundo supone que Adelita sufrió su metamorfosis y que realmente si se convirtió en una preciosa mariposa y que su gitano y Azul siguen juntos y recordándola, porque alguien tendría que contarle lo maravillosa que había sido su madre.


2 comentarios:

M. dijo...

Ooooh, qué boniiiiiiiiiiitoo...
Pero a mí lo que no me cuadra es que a los 18 años ya tuviera el pelo blanco XXDD
Un beso.

M.

Ruben Molina dijo...

¿Adelita?, ¿estás ahí?, ¿es usted?

Besos y Abrazos