miércoles, 20 de agosto de 2008

Amsterdam

En cuanto aterrizó el avión supimos que llegábamos a una ciudad de cuento. En el tren hacia Amsterdam Station Center la velocidad nos iba fraccionando el paisaje, pero no importaba porque las ventanas eran cuadros de Rotko, un tapiz de color que la velocidad difuminaba. Había alfombras de flores rojas, negras, moradas, azules, amarillas. Incluso nos imaginamos a las vacas y las señoras con los zuecos y la cofia de las mujeres del campo de los cuadros de Van Gogh.
Una vez en la ciudad de destino, todas las casitas eran a dos aguas, con sotano, buardilla y entre medias tres o cuatro pisos con amplias ventanas a la calle, sin cortinas, sin estores, sin visillos para acoger la escasa luz del norte; y todo en la calle son daditos de piedra, la calzada, los puentes, las casas, parece un puzle en tres dimensiones hecho de dados de barro.
Como las ventanas están abiertas, observas el contraste de esas viviendas de cuento con los interiores vanguardistas, Bauhaus, último diseño.
Y la amabilidad de la gente desborda; son felices, se desplazan en bicicleta y se esfuerzan por ayudar a cualquiera en cualquier idioma. y las calzadas, tienen una anchura relativa, pero dentro hay vias para los tramvias, carriles para los automóviles y carriles para las bicicletas, además de aceras para los peatones. Y ¡todo es simétrico! si ves la ciudad desde arriba, dibuja un abanico que atraviesan los canales y el diquie contiene al mar a seis metros de altura. ¡Precioso cuadro de Vermer!

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