martes, 12 de junio de 2018

Frutas


Me gusta mucho cuando llegas los lunes para regalarme una cesta llena de frutas. Se que para ti es normal, pero a mi, no deja de sorprenderme, no se hace mucho eso por aquí. Y siempre pienso ¡Qué suerte tengo!.

El pasado lunes, además de las frutas me trajiste esta historia, ya se que no tienes ni idea, pero es un regalo que te hago yo a ti. Seguramente no alimente tanto, ni tenga tantas vitaminas, ni sea tan colorido. Pero es tuyo.

Hubo un tiempo en que me traían pájaros heridos a casa, otro tiempo en el que lo que recibía eran flores, otro eran regalos en forma de visita sorpresa, las cartas siempre me asombraban, libros, discos, plumas, piedras, conchas... y ahora, es el tiempo de las frutas.

Así que cuando tú no estás, mi casa huele a fresco, a bosque, a árboles frutales, en definitiva, a ti. Y no soy consciente todo el tiempo, pero en el tránsito de una dependencia a otra, me invade ese olor y es ahí cuando extraño tu presencia.

Aunque aparezcas como una sombra, en mitad de la noche y te marches de madrugada, cada palabra que pronuncias se queda grabada en las paredes, y al igual que con el olor, a veces, saltan hacia mis oídos y me invaden las dudas.

Dulces y sabrosos, como la fruta madura, deberían ser todos los comienzos, pero hace mucho tiempo que no es así, hace mucho tiempo que las sombras rondan el camino, que los lazos atan más de lo que adornan, que el pasado se hace pesado y plantea suciedades en el alma.

Y así no, pequeño, así no se avanza, así no se quiere, así no se disfruta, ni se vuela, ni se sueña.

¡Menos mal que cada lunes apareces con tu cesta llena de frutas para invadir de color y fragancia toda mi casa!

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