lunes, 18 de noviembre de 2013

Cáceres.


Cuando mi padre cumplió los 60 años, su familia, le regaló un viaje para dos personas. Y hubo algunas bromas, porque el regalo era para él y podía realizar el viaje con quien quisiera.
Todos sabíamos que elegiría a mamá, lo que no sabíamos es que ella ya no iba a estar entre nosotros cuando se realizara el viaje.

Así que, finalmente, nos hemos ido él y yo. Ha sido toda una prueba para ambos y la hemos superado fácilmente.

Recuerdo que un amigo me preguntó hace más o menos un año, qué me dolería más, si la muerte de mi padre o la muerte de mi madre. La respuesta fue contestada en base a los que sobrevivimos, así que sigo pensando lo mismo. Me dolería distinto, pero acerté en la situación resultante, eso sí, sin ningún mérito.

El viaje nos ha sorprendido, la naturaleza nos ha ayudado y el tiempo nos ha respetado.



El Turcal, que es el lugar donde nos hemos hospedado, es tan amable como la pareja que lo regenta, Alberto y Carmen. Asentado en un antiguo secadero de pimientos, y muy cerca de Torremenga, pero en mitad de la vega. Por cada una de sus ventanas, solo se divisa paisaje y desde nuestra habitación, la salida y la puesta de sol y además la luna llena.

La primera prueba fue conducir...hacía mucho que no realizaba un viaje en coche siendo yo el piloto y lo cierto es que con él al lado, se complica. Pero ha servido para vencer dos miedos y mantuve el tipo en las autovías, en las carreteras de montaña, en los caminos, con lluvia y sin ella. Aún tengo que superar la noche, pero creo que para el siguiente viaje con él, será pan comido. Reconozco que disfruté.

El Valle de la Vera es impresionante y llegar al Valle del Jerte fue toda una sorpresa adornada de los rojos y dorados del otoño, bajo multitud de castaños que van soltando sus hojas a cada paso, hasta llegar a la Garganta de los Infiernos.


Ni el frío ni la nieve de la Sierra nos impidió llegar hasta el final de la ruta y adentrarnos en sus entrañas, donde repusimos fuerzas con un almuerzo de productos típicos de la zona.

El domingo fue Monfragüe, otra gran sorpresa de la naturaleza. El ruido de los buitres al acercar su vuelo a nosotros, es brutal. Te hace sentir el peligro de lo salvaje. Es emocionante, una sensación increíble de vida que nos acompañará a mi padre y a mi con un buen sabor de boca. 


1 comentario:

Bitxito dijo...

Sólo sonrisas. Ais.