miércoles, 15 de agosto de 2012

Sí, mar, lo sé, tú eres para mí, la otra orilla.



Hace solo cuatro días estaba en El Puerto de Santa María, en la casa de Rafael Alberti, mirando embelesada cada una de las letras de un abecedario que dibujaban otros mundos.
No tenía ninguna pretensión, como otras veces, no sabía que me esperaba porque llegué sin expectativas, pero lo único que me faltó fue tiempo para seguir disfrutando de esos otros mundos que nos proporciona la poesía. Sin embargo, el azar volvió a entregarme una letra que comparto, volvió a llevarme al otro lado del espejo y me volvió a enseñar que las aguas y las letras y las tierras y las armas se mezclan y se alimentan las unas a las otras.

Sí, mar, lo sé, tú eres para mí, la otra orilla.

Donde te miro y veo pasar las estaciones con esa intensidad de colores, olores y sabores que saben mejor compartidos; y uno ya no se siente tan solo, uno ya no se sabe solo.

Y de repente, al día siguiente, pensando de nuevo en ti, se me ocurrió la idea. No es una idea brillante, ni siquiera original, es como un trabajo que deseas hacer de corazón, poniendo toda tu alma, entregándote a él y si es necesario, quitándote tiempo de otros placeres. Pero sabes que cada instante que le dediques será alargado en el tiempo; que tienes suerte de poder saborear lo vivido y extraer cada una de las esencias, las especias, los aliños, la miel y el limón, el hinojo y la canela, la naranja y el chocolate, el vino y el pan y por supuesto la sal y la brisa de la otra orilla.



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