martes, 5 de febrero de 2008

Contando cuentos


Creí por un instante, que el frío filo del cuchillo iba a hundirse en mi vientre, y daría muerte a mi cuerpo, dejando mi alma libre. Pero descubrí al momento que yo no tenía valor para hacerlo, que en el fondo me gustaba que mi alma estuviera presa en mi cuerpo y así una y otra vez me contradecía.
Después de pasar horas sentado en un rincón, decidía llevar a cabo mi plan. Sobre la mesa había alineados todo tipo de instrumentos que podían servir también para matar: tijeras, punzones, cuchillos, pastillas y unas cuchillas que para mí eran lo más importante que había sobre la mesa.
Podía haber simulado un accidente y así nadie creería que yo me hubiese suicidado, el hombre que lo tenía todo: dinero, mujer, trabajo…y una vida aburrida, monótona y de lo más normal; yo no era feliz viviendo esa vida, con una rutina diaria, semanal, anual, eterna… Siempre, desde niño, creí que mi vida iba a ser diferente y desde niño ya tenía una vida normal.
Me seducía la idea de ser mi propio asesino, me encerraría en el baño, empezaría a afeitarme y hundiría la cuchilla en mi cuello lo más profundamente posible y me desangraría en el cuarto más pequeño de la casa; el baño.
Mi ex-mujer siempre estaba llenando la casa de flores, a pesar de saber que a mi me daban nauseas, pero día a día ella traía una nueva flor. Decía que era su forma de incitarme al detalle con ella, pero yo no sabía si quería que yo le demostrara mi escaso cariño o era su forma de decirme que me odiaba.
Yo no estoy dispuesto, ni aún ahora, después de dos años de terapia y más tiempo perdido, a morir de viejo.
Que os jodan a todos.

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