domingo, 13 de noviembre de 2016

Hace veinte años que tengo veinte años


Soy la mitad de joven,
el doble de mujer.

Eran tiempos de barreños acompañados de patatas fritas para no reventarnos el estómago con tanta mezcla inmunda de licores. De canciones de Silvio Rodriguez y Extremoduro, billetes de 2.000 pesetas que tenían que durarnos todo el fin de semana, camisetas descoloridas con lejía, correo postal y teléfono fijo. Escuchábamos música en un radiocassette viejo y se nos hacía de madrugada cuando el cuerpo pedía jaleo (y eso sucedía como mínimo dos días a la semana). 
Parece que fue ayer, pero lo cierto es que cuando uno cumple años, siente que algo muy importante se aleja. No solo es la primera juventud, sino la oportunidad de empezar de cero. De elegir, de hacer ciertas cosas y abandonar otras. Me hubiera gustado especialmente, mimar y cuidar más a la chica que entonces era. Animarla a que pidiera ayuda cuando la necesitaba, en vez de callar y tragárselo todo hasta que tuvo que explotar y recoger después los pedazos.
Me gustaría decirle a todas esas chicas de 20 años todo lo que yo aprendí para evitar que cometieran los mismos errores, pero lo cierto es que tendrán que descubrirlo por ellas mismas. Tendrán que equivocarse, caerse, joderse de una manera brutal, marcharse, hacerse mierda y perder muchas cosas por el camino (aparte de llaves, móviles, bolsos, etcétera). Pero nosotras, las doblemente mujeres y por tanto doblemente escarmentadas, estaremos a su lado siempre y cuando quieran escucharnos. Sororidad al cuadrado.
Cumplir años es... bueno, ya sabéis: acumular vida, acumular recuerdos, experiencias, (también momentos exageradamente bochornosos y dignos de ser enterrados en el más profundo de los olvidos). Es como escribir un libro gigante al que hay que llegar con buen pulso para la rúbrica final. Aunque parezca mentira (porque somos una generación de nostálgicos irredentos), es cierto eso de que "Lo mejor está siempre por llegar" y que veinte años son nada, que febril la mirada...
Esa chica salvaje de melena corta, empapada de agua y alcohol, apestando a tabaco, sigo siendo yo. Nuestra niña de los 10 años, de los 20, de los 30, sigue ahí. Todas ellas viven, se esconden en nuestro interior, ordenadas en capas invisibles hasta llegar a la célula más diminuta, como si de muñecas rusas se tratase. Para madurar y para comprendernos a nosotras mismas, tenemos que abrazarlas a todas juntas.

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