sábado, 8 de marzo de 2014

El impuesto del rostro


Hace unos cuantos años las autoridades decretaron que todas las personas feas deberían llevar unas máscaras para salir a la calle y deambular por los lugares públicos. Como nadie deseaba confesarse poco agraciado, casi todo el mundo siguió viviendo con la cara al descubierto, y el Estado se vio obligado a nombrar unos inspectores que perseguían a los infractores y les imponían pesadas multas. Muy pronto la venta de las capuchas (no se distribuían gratis) conoció un auge prodigioso y la mitad de la población comenzó a vivir enmascarada durante el día. Poco después otra ley acudió a reforzar la primera: los feos no solo tenían que cubrirse al salir de su casa sino que debían seguir cubiertos en sus lugares de trabajo a fin de no infligir a sus compañeros con su desgracia. Entonces la fabricación se diversificó, salieron al mercado capuchas de todas las clases, de todas las calidades, de todos los precios y algunos, por coquetería, llegaban a cambiársela varias veces al día. Finalmente, éste verano una tercera ley ha venido a agravar la situación: ahora deben llevar máscara todos aquellos a quienes la enfermedad, el cansancio o las contrariedades alertan la fisionomía y les hace poner mala cara. La ley, sin embargo, es oscura en un punto, no dice a partir de que grado de alteración de la piel se debe ocultar la cara. En cierto modo, deja al individuo dueño de su decisión: cada uno de nosotros debe decidir cada mañana delante del espejo si está suficientemente guapo y preparado para salir con la cara al aire. Ay del despistado, pues los ciudadanos no saben determinar exactamente la calidad de su cara, el Estado lo sabe con un saber infalible y sus funcionarios hacen pagar muy caras las exhibiciones injustificadas: multas al principio, prisión después y para los reincidentes, incisión con navaja en las mejillas, la boca, la nariz, los ojos. Hasta el punto de que, pese al calor y a la incomodidad de las cogullas, casi todos vivimos disfrazados. Una pléyade de espías y de confidentes, también enmascarados, se ha infiltrado entre nosotros.
Parece además que hay otros decretos en preparación; en fecha próxima se hará obligatorio el uso de la cogulla durante todo el día, se realizarán contoles inesperados a cualquier hora del día y de la noche, se murmura incluso que el Estado también quiere modificar la silueta de los ciudadanos y que se elaborarán unas capuchas que ocultarán sus cuerpos.

1 comentario:

Bitxito dijo...

Yo creo que nací ya con la máscara. Por lo de mala cara, digo.